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Nerea

*Nerea, mi querida Nerea. Amiga desde que éramos dos palos con patas y uniforme de colegio, de esas amigas que solo con un abrazo te recomponen y con una risa, ya nos entendemos las dos. Mi guerra es dura, pero es duro también vivirlo del otro lado. Por eso, nadie mejor que ella, para contarlo. Merci, ma chérie. Ma belle amie, depuis Hourtin. Je t’aime»

 

Llamadme inmadura, inocente o simplemente ilusa, pero cuando tienes 33 años y una amiga te llama, descuelgas el teléfono pensando que te va a dar la buena nueva de que se casa, que está embarazada, que ha cambiado de curro o simplemente que tiene pensado pasarse un finde por tu city d acogida y quiere cuadrar calendario para sacar un ratito de cafés juntas.

Ni te cuento encima cuando a dicha amiga en particular la tienes de asesora predilecta para todo lo que tiene que ver con los preparativos de una boda. Tener una wedding-planner entre tus amigas es un regalito caído del cielo por lo que supone hoy en día que alguien con coherencia y de plena confianza te pueda asesorar en el entramado mundo de “haz de tu día el día más especial de tu vida”, sin caer en bancarrota y/o en un estado de nervios permanente.

Pues bien, aquel día de marzo en el que recibí la llamada de Vir, me levanté de mi sitio en la ofi y me metí en una salita de reuniones, como suelo hacer siempre que un@ amig@ me llama. Tener mis 10 minutitos de evasión con mi amiga, y que me pusiera sobre aviso sobre qué tienda de flores elegir o me contara que era la siguiente en la lista de amigas casaderas, encajaba a la perfección en un día bastante cargadito de reuniones y presentaciones.

Lo que yo esperara que me sacara una sonrisita mañanera, me provocó un bloqueo que no recuerdo haber tenido en muchas ocasiones. 

La información que me llegaba me había desencajado por completo. No podía creerlo, no podía ser cierto. Y rompí a llorar. Allí mismo, mientras me contaba los detalles de cómo había sido el hallazgo del maldito bulto y de cómo estaba previsto el plan de ataque urgente que se requiere en estos casos.

Intentaba calmarme sólo por ella, para que no tuviera que preocuparse (como ya lo estaba haciendo la pobre) por mí y por lo que suponía esta noticia. 

Y creo que finalmente lo conseguí: se merecía palabras de aliento, de esperanza, ni lágrimas ni penas. Suficiente era la procesión que ella llevaba por dentro. Así que conseguí arrancarme con un “no estás sola”, “de esto se sale, Vir”, “eres muy joven y tienes una fuerza de voluntad como pocas personas que conozco, así que lo consideraremos un pequeño bache en el camino que te haga salir reforzada”, etc.

Frases que ahora leídas pueden sonar a tópicos aprendidos en situaciones similares, pero que pronuncié con toda mis fuerzas y con todo el cariño del mundo, para que a pesar de que ya las hubiera escuchado y con la convicción de que las escucharía muchas más veces después, le sirvieran para sentir que yo estaba ahí con ella, a su lado, que contaba con todo mi apoyo para todo, que realmente sentía que esto era transitorio, pasajero. Una pesadilla. Pero como todo mal sueño, tiene un final al despertar. 

Que por desgracia ya lo había vivido antes en casa y que en situación aparentemente más crítica, las cosas habían salido finalmente bien. ¿Cómo no iba a ocurrir lo mismo en alguien con esa edad, con esa vitalidad, con esa alegría, con tantas ganas de comerse el mundo, con toda la vida por delante para cumplir cada cosa que se proponga?

La propia vida te hace ver qué cosas son prioritarias aunque no podamos/queramos ser conscientes de ello en el día a día y perdamos tanto tiempo en otras que ni siquiera cuando las consigues te dan esa felicidad con la que sueñas. 

Y yo he sacado una importante lección (¡una de otras muchas!) en todo este proceso, que he decidido aplicar a nivel cotidiano y no cuando suceden acontecimientos adversos: valora lo importante que tienes y evita siempre darlo por hecho o incluso menospreciarlo. No esperes a hacerlo cuando ya no esté, cuando falte.

 Y con importante, ya no sólo me refiero a la salud sino a algo tan esencial como son las personas que quieres y que te quieren.

No esperes a ver mal a un ser querido para darte cuenta de lo importante que es para ti y todo lo que te/le necesitas. No esperes a malas rachas sentimentales, laborales o las más extremas, relativas a la falta de salud. Seamos conscientes del regalo que tenemos por poder disfrutar de dichas personas cada día. Y aprovechémoslo para hacernos y hacerles felices.

Si de algo me arrepiento es de haberme alejado en esa cotidianidad de la protagonista de esta historia. Hemos sido amigas desde los 4 años, y a pesar de rivalidades juveniles por ser “la más amiga de” o por “a ver quién tiene más peso para”, somos dos personas con un carácter y una forma de entender la vida muy similar. Sobre todo ahora de adultas. Y de eso fui consciente no sólo a partir de ese fatídico día de Marzo, sino un año antes, en un viaje-despedida a Gijón en el que el destino hizo que volviéramos a compartir cuarto como en épocas de Hourtin.

Allí redescubrí a la amiga que siempre tuve, a aquella personita con la que había crecido y que por circunstancias varias, fuimos perdiendo el contacto diario e incluso el de “de vez en cuando”.

Me di cuenta que a pesar del tiempo pasado, las dos teníamos más cosas en común que incluso en nuestra infancia juntas. Gustos, aficiones, manera de pensar, prioridades en la vida…como si hubiésemos vivido vidas muy parecidas en paralelo pero sin haber sido conscientes de ello.

Y desde ese fin de semana, decidí que lo de alejarnos, no se repetiría en el futuro, al menos no por mi parte. Que ya había aprendido la lección y que tenía claro que personas como Vir, las quería siempre y para siempre en mi vida.

Así que a pesar del bache, o hablando con propiedad y sin eufemismos, del PUTO CANCER, la vida continúa para una de las personas más valientes que conozco. Lo vivido este año lo dejamos atrás, ya arranca 2019 con todo lo bueno que está por sorprenderte. Y prepárate porque va a ser mucho. Ya has sufrido por un total de 50 años, ya no toca más hasta que nos entre reúma de paseo por el parque de los patos allá en 2070! 

Nos queda mucho por vivir, muchas experiencias alucinantes por las que pasar y ¡que te quede clarito que no te voy a dejar vivirlas lejos de mí!

Gracias por ser como eres y compartirlo con la gente que de verdad te queremos, reina de las amazonas. Eres un ejemplo. «El» ejemplo, nunca lo olvides.

Un beso enorme,

          Tu amiga, la del chubasquero de Mini azul

Primera batalla: operación de cáncer de mama (2)

5 de abril 2018

Marta se ha ido a trabajar, y a mi me han llevado a la habitación donde pasaré la noche. Todavía es de día, pero no sé qué hora es. Lo mejor viene ahora: para llevarme de un pabellón a otro, ¡me llevan en ambulancia! Vamos, digno de la reina amazona. Me acaban de operar, y yo estoy en pleno ataque de risa en una ambulancia dentro del hospital de Basurto, os prometo que no es un chiste.

Ya en la habitación, vienen enfermeras, y les digo que quiero ir al baño, pero me dicen que no me levante. Nada, no me dejan hacer nada. Se me olvida que, desde el 9 de marzo, yo ya no opino, ni mando. Por fin consigo que me dejen ir al baño, que no sé porqué nadie me cree, debe ser que no es lo habitual después de una anestesia general que la gente quiera hacer pis, yo qué sé.

Estoy bien, contenta, no me duele nada, y no hago más que recibir visitas. Mando a mis padres a comer fuera, así descanso un poco. Viene mi prima Bego con bombones como para todo el hospital, y aunque intento seguir la conversación, me quedo dormida de nuevo. Va pasando el día como por capítulos. Me despierto, y está Jon en la habitación, han mandado una orquídea, y hay más bombones en la mesa. ¡De aquí salgo rodando! Ya estoy más despejada, vienen mis amigas de la ofi de visita, con más flores, no puede hacerme más ilusión verlas, a Ceci, Laura, Izas y Lorena (¡y mi Iñigo, que se quedó cuidando el fuerte!); luego se sumaron Joseba y David con más flores y más trufas (ya llevamos tres ramos, dos cajas de bombones y una de trufas) y Pat, mi querida amiga de siempre, con queso y pan como siempre nos gusta celebrar las alegrías. Mi habitación es un no parar de visitas, y yo no puedo estar más contenta. Creo que es el mejor de los despertares después de una anestesia: familia y amigos.

Ya es de noche, y mis padres están que alucinan con el tráfico de gente, y con mi móvil que, aún habiendo estado la mayor parte del día dormida, apenas tiene batería de las llamadas y mensajes recibidos. Estoy bien, de verdad, iros a casa tranquilos. Viene la cena: crema de zanahorias, pescado al vapor y yogur natural. Imposible comerme eso. Así que nadie mejor que Mai, Javi y Jon, para salvarme (de nuevo) con un sándwich del EME (sorry, esto era un secreto a voces) y un bote de un kilo de aceitunas (soy de gustos sencillos) que evidentemente no abrimos. Y ahí estaban Mai, Javi, Jon, David, Joseba, Patricia… y se sumaron Laura, Marta, Unai, Esti. Os juro que, si llego a decir que era mi cumple, hubiera colado. Aquello era una fiesta de la victoria de la primera batalla. Poco a poco se van yendo, y me quedo sola, pero contenta, muy contenta.

Vaya, ya vuelve el sueño, me duermo de nuevo.

 

6 de abril 2018.

He desayunado pronto, entra la luz por la ventana, y aunque tenia miedo de que me doliera algo, la verdad que no ha sido asi. Ahora que estoy sola, aprovecho para ver si de verdad sigo teniendo dos pechos. Pues si, ahí están. Igual que antes. Me da la llorera. No sé si de lo malo que está el café o de la alegría por haber ganado la primera batalla. Creo que es por lo segundo. Si, seguro que es por lo segundo.

Apenas he terminado con el café, aparece Julio, mi cirujano: “No sé si te hemos operado, o si has dado a luz. ¡Pero cuántas flores!” Pues si, es lo que tiene estar rodeada de tanta amazona y tanto virkingo. ¡Viene a darme el alta! En quince días nos volveremos a ver, mientras, y antes de irme, vienen Esti y Mirentxu a darme un beso y un abrazo, de esos que ellas solas saben dar.

¡Nos vamos a casa!

Despertarse de la anestesia con estas vistas. 

Primera batalla: operación de cáncer de mama

5 abril 2018

Son las siete y media de la mañana, ya empieza a verse luz en el cielo. Estoy en el pabellón Areilza, esperando en la sala, con mi madre a un lado y Marga al otro. Ellas hablan, las oigo, pero no las escucho, solo miro un punto fijo en el suelo, y doy vueltas a la pulsera que me han puesto en la muñeca derecha. La pulsera del “todo incluido” versión hospitalaria. Pena que no puedo tomar mojitos y margaritas.

Me llaman, y como un robot con el tembleque de un flan, empiezo la ruta: primero, por el pabellón San José, donde me encuentro con Loli, la enfermera que me agarró la mano en las primeras biopsias de mama, y con la médico que me va a colocar el arpón justo en el tumor (o eso me imagino yo, cual amazona), para que en quirófano vayan a tiro hecho. Y en la sala de espera, no soy capaz de estar sentada ni medio minuto: vienen mis cuñados de visita, Marta, mi familia… y en esa mini sala de espera, veo a una chica de pelo corto, acompañada por dos familiares. Nos sonreímos con tristeza, sabiendo que las dos, desconocidas en ese momento, vamos a luchar (por separado) en las mismas batallas, y acabaremos siendo amigas.

De repente me llaman de nuevo, y me llevan a una sala con varias camitas, tengo que ponerme la bata esa de lunares, meter todo en una bolsa, y esperar a que vengan a buscarme. Mientras espero, Marta sigue a mi lado, viene Unai, enfermeras que van y vienen… y toca despedirme de mi madre, tumbarme en la camilla. Ya vamos para el quirófano. Ahora vuelvo mami, escribe a papi y a Álvaro, y a las primas y las tías. Y a Jon, Marga y a mis amigas, que nadie se preocupe que vuelvo en un rato.

Tumbada en la camilla, voy contando las luces del techo que me lleva hasta el quirófano: tres luces fundidas, y dos de color distinto. Deberían revisarlo. Me hablan los celadores, pero no los escucho. Una mano me saca de mi mundo paralelo, y me incorporo. “Hola Virginia, soy la anestesista (nombre que no recuerdo), estate tranquila, que ya está todo listo”. Yo miraba a esa mujer, vestida de verde con ese gorro horrible, y no paraba de llorar. Ojazos azules, uniforme verde. Me cae bien. Vuelve el celador, Alain: “Yo todo lo que he aprendido ha sido por Javier, es genial, ¡de verdad! Y tranquila, no llores, ¡que todo va a salir bien!”(aquí entre los nervios y la llorera, confundí a mi querido Javi con su padre Javier).

Me han puesto unos patucos horribles, una bata horrible, y un gorro horrible. El quirófano es blanco, frio, lleno de pitidos, y de gente. Solo consigo reconocer a Marta, mi querida Marta. Me tumbo, y ella me coge la cara con cariño, me mira desde arriba, me seca las lágrimas, y mientras oigo a la anestesista (ay, te juro que no recuerdo tu nombre, pero tu cara no se me olvidará jamás) que me dice que vamos a empezar. Entonces Marta me agarra más fuerte: “Venga pequeña, cuéntame cómo conociste a Jon…”y yo en pleno delirio le hablo de la playa, de Maitane saliente de guardia, del guapo de su hermano, pregunto por el chico que me va a operar, sin saber que Julio estaba a su lado, oyéndolo todo. (Gracias Marta, gracias infinitas)

No sé qué hora es, estoy tranquila, tumbada en una cama en una sala muy grande. Apenas he abierto los ojos, y alguien me coge la mano, y me dice que todo ha salido bien. Es Marta. Es la amazona que ha cambiado turno de trabajo para estar conmigo, que ha cerrado la herida de mi primera batalla (y me ha dejado la cicatriz más bonita del universo), la primera que veo nada más despertar. Y lloro. No paro de llorar. La anestesia me ha dejado tocada, pero no lo suficiente como para no reconocerla, y solo poder decirle “GRACIAS” compulsivamente. Pitan cosas, la maquina que me controla se descontrola. Viene un enfermero, me pone algo en el dedo, se va corriendo. No sé qué pasa. Marta me tranquiliza. Me pregunta cosas el enfermero, y me pone unas cosas en la nariz para que respire mejor, el oxigeno no debe ir bien por mi cuerpo (creo que se llaman gafas nasales).

Me duermo. No sé a dónde me llevan.

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

La libertad del miedo (parte 1)

El miedo es libre, muy libre. Tanto que cuando arranca, se extiende como el peor de los virus. Y desde que me diagnosticaron el cáncer de mama de repente tengo miedo a todo (bueno en realidad, me dijeron “tienes una neo de mama” y yo dije: “además del cáncer, tengo una neo???” “no, Virginia, ¡es lo mismo!”)

Empezó el miedo a la muerte, a ser consciente de que tenemos un tiempo limitado en este mundo; siguió un miedo a no tener tiempo de estar con mis seres queridos, a no verlos de nuevo, a no darme tiempo a darles un beso, un abrazo, a que vuelvan a decirme “ay Pitu, ¡eres una pegatina!”. Y siguió con el miedo a cosas que aún no habían pasado: miedo a la operación, miedo a no despertar de la anestesia, miedo a perder el pecho, el pelo, la fuerza.

Pero lo peor del miedo, es que cuando controlas o afrontas alguno de ellos, nacen otros nuevos: miedo a no volver a trabajar, a no poder crecer profesionalmente, a que nadie me quiera, a que nadie quiera compartir su vida conmigo, a no poder ser madre (ya ves, nunca me lo había planteado hasta que te dicen que igual no puedes). O a que haber vencido un tumor, sea algo que ocultar, y no algo que celebrar. El miedo es libre, pero esa libertad puede ser controlada. Y me he propuesto ganar en todo en esta guerra, miedos incluidos. Así que cuando me he agobiado, he decidido que dos amigas psicólogas me ayuden, y me aconsejen, Aran y Miriam. Y junto a ellas, una tercera, Marian, que el 24 de abril, se unió a mi ejército, para ayudarme a ser más fuerte.

No me da la gana de ser capaz de superar un cáncer, o neo o como quieran llamarlo, y que el miedo me pueda. No podrá. Me niego. Y lo conseguiré.

Biopsia de hígado

21 marzo 2018 (segunda parte)

Nunca he valorado mi hígado hasta que me han hecho una biopsia en él. No lo he tratado mal, pero vaya, que si os digo la verdad, ni tenia claro dónde estaba en mi cuerpo. Hasta que me han tenido que hacer una biopsia, la maldita biopsia. Resulta que en el preoperatorio, han visto que hay una mancha en mi querido hígado, de ahí lo de la prueba. La cara seria de los médicos ha hecho que a mi me salten las alarmas de pánico, pero como os decía en el anterior capitulo, ¡todo sale bien!

Y ahí estaba yo, con esa bonita bata blanca con puntitos de hospital, sentada en la cama. Me toca esperar, a que un celador, me lleve a la sala donde me harán la biopsia. Qué largo se hace todo cuando no sabes a lo que esperas, cuando no tienes hora fija. Oigo cómo se acercan unos pasos por el pasillo, y una voz que pregunta al aire “¿Virginia es la chica rubia?”. Pues si, soy yo. Todavía sigo siendo rubia (platino). Ay, que ya me toca. Vértigo.

“Venga Virginia, túmbate, que vamos para adentro”. Ale, pues ahí vamos. Me cae una lagrimilla y tiemblo, no sé si de frío, nervios o un poquito de todo. Tumbada, me llevan a una de esas salas menos frías que un quirófano, pero no tan agradables como una consulta. Tres enfermeras, dos auxiliares, dos celadores, un médico. Una enfermera, me acaricia la cara, me dice que todo irá bien, y me coge las manos para que las apriete. Acercan un ecógrafo a la camilla y llega el médico, me pregunta de dónde soy, y hacemos risas con nuestros barrios. Ahora lloro más. Cada vez tengo más nervios.

“Vamos allá, Virginia”.Pitidos de máquinas, silencio de los presentes. Coge aire, Virginia. Pinchazo. Ya está. Esta es la parte buena, ahora viene la mala: una hora apoyada sobre el lado del hígado, presionando, no vaya a ser que sangre y la liemos. A mi no me contéis estas cosas que me da la paranoia.

Me devuelven a esa sala que parece el limbo de los biopsiados de hígado. Viene Javi, mi madre, mi prima Vero, Marga… y yo no hago más que llorar, me falta el aire y los mando a todos al pasillo. Quiero estar sola, estoy agobiada. No quiero saber nada más de hospitales, de pinchazos, de nada. No hemos empezado, y ya me he hartado. Y aparece Maribel. Es la enfermera que estaba conmigo. Morena, de ojos súper expresivos, y voz firme. Se sienta a mi lado, y me dice muy seria: “Yo he pasado por esto. No por la biopsia, por el tumor. Así que vas a hacer como yo, te compras una peluca a lo Tina Turner, que en mi época era lo más, y a pelear. Y punto. Y no vas a llorar más”. Se quedó conmigo, hasta que pasó la hora, y me llevaron al hospital de día, en ambulancia, entre pabellones. Somos de Bilbao, hombre. Pero antes de llegar, me dice el celador: “Oye, pero si Javi no tiene hermanos, ¿cómo eres su cuñada?”Pues por que su maravillosa mujer sí lo tiene.

Llegamos al hospital de día, que no dejan de ser unas camitas para que te recuperes, y puedas irte a casa. Bueno, menos la mía, que en realidad era la Gran Vía en hora punta, y yo, ¡encantada! Por ahí pasaron Javi, Maitane, Laura, mi prima Vero, mi madre, Marga, y Unai con el abrazo que me hacia falta para recomponerme. Recuerdo mucha gente, muchas caras, pero tengo clavada la carita de emoción de Unai, que hizo que volviera a emocionarme yo. Cosas que pasan. Los tíos más duros suelen tener el alma más blanca. Mis padres a mi lado, aguantando como campeones, informando al resto de la familia. No puedo tener más suerte.

Y no he vuelto a ver a Maribel, y me acuerdo de ella todos los días.

 

23 marzo 2018.

Hoy me ha llamado Julio, el cirujano que me va a operar para quitarme el tumor, que es a lo que hemos venido, a ver si me centro ya, que me disperso con biopsias de hígado (si no me río yo, mal vamos!). Ha sido la mejor llamada del mundo: “Tranquila, que no es nada, seguimos adelante, el día 5 te opero”. Nunca pensé que me haría ilusión que me llamaran para decirme que me operan. Ya va quedando menos para el final.

 

 

Mi querido hermano A

Mi querida sister, eres un ejemplo de fuerza y superación. Gracias por la tranquilidad y ánimo que me transmitías cada vez que hablábamos, no sé si por no preocuparme en la distancia, pero a pesar de todo no hemos dejado nuestras risas y tonterías.
Conocer la noticia fue tan duro, pero no puedo estar más orgulloso de tu actitud superando cada osbtáculo, estoy seguro de que no todos habríamos podido hacerlo igual.
Te quiero infinito!
A.

 

*A. es mi hermano, mi mitad. El que aún viviendo en el extranjero, esta más cerca de mi que nadie. Por el que mis vecinos me confunden, ahora que llevo el pelo corto. Y a mi me sale una sonrisa tonta cada vez que me lo dicen. No puede haber mejor piropo que me digan que soy clavada a él. Te quiero mi pequeño rubiales.

Operación: cancelada

21 Marzo 2018

Vuelta de Vielha, a la realidad. Qué duro fue contárselo a mis padres, a mis primas, amigas y amigos. A todos esos a los que cuando estás sentada en la sala de espera para alguna prueba te vienen a la mente. Qué duro.

Tenia la bonita manía de los que hemos estudiado algo de contabilidad, de tener organizado todo a un año vista: fechas, agenda, eventos, reuniones… y de repente me encuentro en que yo no decido nada, no opino, no pongo fechas de nada. Hoy, 21 de marzo tenía prevista la cirugía, primera batalla, pero oye, que nada, que no. Que si te habías hecho a la idea, pues nada, que hay algo en el hígado, y hay que biopsiar, ingreso en hospital de día y a esperar resultados.

Pánico MODO ON. Menos mal que tengo cerca al mejor radiólogo del mundo, y él me dijo que no era nada, que estuviera tranquila. Y por supuesto, acertó.

Pero todo pasa por algo. Bueno, que el pánico y el miedo no me lo quitó nadie, pero mi querido hígado me dio tiempo, el suficiente para ir a ver a mi hermano antes de operarme. Las cosas que no controlamos, de verdad, que pasan por algo.

Praevenīre (el cáncer de mama)

Prevenir 

Del lat. praevenīre.

Conjug. c. venir.

2. tr. Prever, ver, conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio.

4. tr. Advertir, informar o avisar a alguien de algo.

(http://dle.rae.es/?id=U9JkQmL)

 

De las siete acepciones que tiene la palabra “prevenir” me quedo con la segunda y la cuarta. No es por que les tenga manía a las otras cinco, es por que, sin duda, esos dos significados, han sido los que me han salvado y los que salvarán a muchas.

Según noté ese bultito, no dudé en pedir una cita con mi médico de cabecera, con Raquel. Lo antes posible. Daba igual si coincidía con trabajo, o no. Tenia que ser lo antes posible. Y esa anticipación, esa rapidez (y calma para que yo no me preocupase antes de tiempo) de Raquel, solicitando una cita en radiología; esa llamada de mi cuñado el radiólogo para la biopsia (qué curiosa y casual es la vida); esas pruebas en el pabellón San José con Ana y Loli; toda esa rapidez, hizo que el tumor no tuviera ni centímetro y medio de tamaño. Benditos médicos.

Y nada más confirmar el diagnóstico, me obsesioné con llamar a todas mis amigas y compañeras de trabajo, advertir, informar o avisar a todas ellas, que se revisaran, que fueran al ginecólogo, para anticiparse a ese daño que a mi me habían encontrado. Y sirvió, vaya que si sirvió. Al menos, sé que estos meses han comenzado a cuidarse, a tocarse y a acudir a las citas con sus médicos de cabecera, ginecólogos o matronas.

Así que ayúdame con la cuarta acepción, ayúdame a concienciar a nuestras amigas, hermanas, primas, madres, tías, abuelas… de que no dejen de ir al médico, que se revisen ellas, que no tengan miedo a una mamografía. Ayúdame a que sean conscientes, que lean este blog y vean que una revisión nos puede salvar. Pero, sobre todo, que sepan que, en esta guerra, nosotras luchamos, peleamos y ganamos. Se puede ganar, y debemos apoyar a los profesionales para que sigan investigando, para que todas podamos ganar. Todas.

Diagnóstico: cáncer de mama

9 marzo 2018.

La última semana de febrero fue un caos. De trabajo, de cosas varias, amigos… pero a mi solo me rondaba en la cabeza qué era eso que me había tocado en el pecho. Intentaba tranquilizarme, negando todos los miedos, pero chica, debemos tener un don para saber cuándo no estamos equivocadas.

Y ahí estaba yo, con mis cuñados, esperando en la consulta de rayos a que me dijeran algo. Y mi chico, esperando fuera. Era viernes, y nos íbamos de fin de semana a esquiar a Vielha, esto, era solo un trámite. O eso creía yo. Pero vamos, que me sentía como si estuviese en el Dragon Khan, y el tipo de seguridad te dice que no sabe si tienes bien atados los arneses. Viva el vértigo.

Recuerdo la cara de la médico de rayos, recuerdo que nadie me dijo el diagnóstico, pero el silencio me bastó. Salí corriendo de la consulta, solo quería coger aire y huir. Recuerdo el frio, la lluvia típica de Bilbao. Detrás, mis cuñados, ellos entendían las palabras que a mi me parecían ruso, y entre abrazos, y lágrimas, callaron mis “no puedo con esto”. Los tres, los tres me levantaron y me dijeron que la guerra empezaba, pero que ellos estaban a mi lado. Me hicieron entrar de nuevo a la consulta, y allí, una médico me agarró y me dijo muy seria: “de esto se sale. De esto tú no te mueres”. Que me lo dijo tan en serio, que me lo creí, y me lo creí tanto que solo quería empezar a pelear.

Fue duro, sí, pero la fuerza que ellos me dieron, hizo secarme las lágrimas, e irme con mi chico a Vielha, y en el camino desahogarme con mi amiga Aran al teléfono, y decidir que ese fin de semana me emborracharía. Y no bebí más que una Radler. A lo loco. Si es que soy una miedica. Pero me reí mucho. Muchísimo. Ese fin de semana solos los dos, preparando el terreno para lo que vendría después, fue el aire que necesitaba.

La reina de las amazonas

Con treinta y tres años, te esperas poder comprarte (por fin) un pisito, que tu jefa te proponga un ascenso (¡o un viaje!), o que tu novio por fin se decida a dar un pasito más contigo. Con treinta y tres años, crees que tienes todo el tiempo del mundo y muchos sueños por cumplir. Lo que no te esperas, es estar viendo Mentes Criminales, tocarte la axila derecha, y notar un bultito. Lo que tampoco te esperas, es que el resultado de la biopsia sea un tumor maligno, un cáncer de mama. No te lo esperas. Ni con treinta y tres ni con sesenta y tres, ni nunca.

Y de repente, aquel 9 de marzo se me paró el mundo: se me pasó de todo por la cabeza, y nada bueno, desde que me moría ahí mismo en la sala, a que me faltaba tiempo para abrazar a todos los que quería. Pero cuando peor crees que va todo, cuando piensas que se te abre la tierra a tus pies y te va a engullir, aparecen manos, abrazos, besos y dos cuñados y un chico maravillosos que te dicen “Tranquila, todo va a salir bien, vamos a pelear contigo. Y de esto, de esto, no te vas a morir”. A ellos se sumó mi familia, mis amigos, nuevos amigos que arrimaron el hombro y se quedaron a mi lado, compañeros de trabajo, familia política… cuando menos puedes mantenerte en pie, descubres que tienes a tu lado quien lo haga por ti.

En la mitología griega, cuenta la leyenda, que en la ciudad de Terma (actualmente sería Turquía) vivían unas valerosas mujeres guerreras, cuidaban las unas de las otras, y se preparaban para luchar contra los griegos. Eran fuertes y valientes, expertas caballistas y tiradoras de arco. Por ello, solían cortar su pecho derecho para que no les molestara a la hora de disparar sus flechas (seguro que también hay amazonas zurdas y sin pecho izquierdo, y ambidiestras). Una marca que no las hacia menos mujeres, ni menos fuertes ni menos valientes, y aunque yo sigo teniendo mi pecho derecho, sí tengo una cicatriz, que me recuerda mi primera batalla. Una batalla, en la que mis amigas se levantaron y situaron a mi lado, convirtiéndose en mis aliadas Amazonas, y junto a ellas, a mis amigos, convertidos en Virkingos (la R no es casual), y sumando mi familia, son el ejército de valientes y valerosos que me levantan cuando caigo, que sacan fuerzas cuando yo las pierdo, que me recuerdan quien soy cuando no me reconozco en el espejo, que sacan un minuto para estar a mi lado en todas mis batallas. Mis Amazonas y mis Virkingos, saben que este reinado en el que estoy, terminará algún día, y saben que yo siempre estaré delante de ellos, luchando la primera, por ellos y gracias a ellos, soy, La reina de las Amazonas, y esta es la historia de mi lucha.